Nº55

El maestro roto y la margarita movida, borrosa, más bonita que nunca. Con pétalos finos y largos, con espinas de rencor como todos sus colmillos, afilándose para desgarrar mi alma.

Rebélate y no llores

Rebélate! Porque juntos somos moles
Somos como grandes soles
Un mundo de mil amores
Somos un jardín de flores
Rebela-te y no llores!
Juntos somos flores
Somos todos los colores
Somos pan y vino
Somos un huracán que arrasa
Somos fuego divino
Somos todo lo que pasa en la calle
Somos barrio, somos lucha!
Somos todo lo que no quiere la gente que no escucha
Y no es fácil, por eso brindo!
Por este mundo aunque sea frágil!
Rebélate y no llores!

“Som Riu”, de Txarango.

Si yo fuera un ángel

Si yo fuera un ángel no sería de ningún sexo.

Si yo fuera un ángel no sería de ningún color.

Si yo fuera un ángel, no sería ni muy alto, ni muy bajo.

No sería ni muy gordo, ni muy flaco.

No tendría muchos órganos. Por mis venas fluiría magia y no sangre.

Sería inmortal y no tendría sentimientos. Porque si no pudiera morir y tuviera sentimientos no soportaría que me castigaran a la angustia perpetua.

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En lo profundo de los colores – 2

 

CONTINUACIÓN

 

Volando hacía abajo, volando al vacío, en un estado de sugestión sobrenatural.

Inició un crisol de colores confusos, mezclados. Azules y morados de inmensos mares y océanos plagados de venenos y ácidos, de contaminación magnificada donde multitud de seres vagaban sin rumbo alguno más que la deriva.

Amarillos radiantes, colores anaranjados y marrones oscuros, como grandes desiertos abstractos de árboles en llamas, flores secas y marchitas; robles que ansiaban un retal de vida, pues no eran más que mil placas de cortezas dañadas y superpuestas entre sí. Jardines de arena fina, sierras bajas de rocas volcánicas y descensos intricados de lavas rojizas.

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En lo profundo de los colores

En lo profundo de los colores. Entre tonalidades densas.

No exactamente atrapada, pero ultraviolentado por la situación, de agobio extremo. Con un fuerte y osado ademán que se diluye serpenteante y en exagerada pérdida de velocidad. La colisión directa con aquello que lo recubre todo.

Como atrapado. como ahogado. Luchando por liberarme, sucumbiendo a la impotencia, a la impotencia más literal.

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Mi cielo

Dulce princesa de caramelo. Anhelar lo eterno es vivir en una perpetua amargura, es aceptar la maldición del héroe errante.

Como el viento suave, como las hojas marchitas, como un sombrero liviano; el héroe épico desenfunda su mandoble, mientras este se deja querer por el brillo de un Sol radiante, que actúa como presagio irónico, el predecesor gustoso de una sangrienta oscuridad que se abre paso como una toxina gaseosa.

Nuestro protagonista estalla, y ya solo comparte con el Sol el rojo de sus rayos, el rojo de la sangre, el rojo de la ira que comparten, un rojo enegrecido que suplica la llegada de la muerte, con su innegable guadaña.

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