Supranatural, suerte que ese duende mi guiña el ojo cuando realizo mis plegarias. Veloz y agitada, esa patata humeante capta el enfoque de mis cristalinos, abstrae mi atmósfera, envuelve mi más grande sentido.
Esa maldita patata, que con sus hoyos e imperfecciones, después de haber sido despojada de su ropa de invierno, disfruta de su caída libre hacía el acendrado plato.
Y ¡boom!, menudo estruendo, desmenuzada, a tajos incisivos, sobrepone las intenciones de su agresor a su propio cometido estético; sublima su belleza, la enalza: se sacrifica, a ella misma, a su icónica forma, para convertirse en un bonito concepto.
A gachas, a pedazos compactos, se esfuman sus intenciones a la par que se deshacen en su paladar, las patatas aplastadas.