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Entonces pensé en los golpes, en aquellas situaciones que nos hacían tambalear de vez en cuando. En el miedo a quedarnos solos, en el miedo a no saber quiénes somos realmente, o en que pasará con todos nuestros futuros.

Pensé más en los golpes, cómo un combate de boxeo. dar y recibir hasta caer tendido en el ring. Asalto tras asalto. Y sí quizás… Quizás hay asaltos en los que hasta nuestra sangre es negra, en los que nuestra piel es gris y solo hacemos que recibir. en los que no pensamos en golpear y casi nos rendimos pues hay algunos golpes que no pueden ser esquivados.

Y la volví a mirar, de manera más detenida. Ella sangraba de colores, si te fijabas era como una imágen nítida: cuando sonreía todas sus cicatrices se mostraban de colores diferentes entre las arrugas de su cara.

Y volví a sumergirme en mis pensamientos, ¿entonces sonreír duele? Acaba de sonreír y se le han saltado mil costras, y se le han abierto heridas que ya no recordaba.

¿Cuándo nos toca golpear? En este asalto solo estamos recibiendo. Fue cuando lo entendí.

Con unos guantes de boxeo del mismo rojo intenso se defendía y golpeaba. ¿Por qué usas guantes? Tus golpes podrían ser mucho más certeros con tus manos desnudas, con alguna arma, o de cualquier otra forma. Me dedicó una sonrisa muy cálida que me ayudó a comprenderlo mejor.

Luchas contra la vida, pero tampoco quieres hacerle daño porque sabes lo preciada que es. Qué más da tener algunas cicatrices si son todas de colores y se ven solo porque sonríes.

De eso se trata la vida. de los colores, de todos los colores.

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