Esa mirada, cómo de estar muy complacida con todo lo que está pasando al rededor es muy suya. Desde que cambió de aires, empezó a rezumar vida, y esa sonrisa suya tan sincera, que solo podía ver a veces, imbadió todas las conversaciones que teníamos, cuando estábamos todos juntos en cualquier terraza.
A raíz de eso, en los últimos meses me he estado preguntando en qué consisten realmente los colores. Y, llevándolo a contextos más profundos, he acabado divagando entre el sentido de lo que percibimos. Lo que oímos y lo que no, todo lo que saboreamos, incluso el hecho y lo significante que puede ser no ver nada. Simplemente, sería imposible sobrevivir sin sentidos, en conclusión, vivir con menos, no impide llevar una vida plena, pero te aleja mundos e inifinitas posibilidades.
Realmente no somos conscientes de la suerte que tenemos. O eso creía.
Seguí pensando en los colores, tenía que simplificar algunas ideas para avanzar. Y pensé en los cambios que había sufrido, pensé en los colores que desprendía, pensé que ella había cambiado de color, que al mirarla se te venían a la cabeza rojos intensos.
Y quizás era verdad, quizás habíamos acabado de destrozar aquella coraza a base de ostias y más ostias, las mismas que irónicamente habían provocado que se la pusiera.