De mis ideas reversibles de madrugada, desde los hechos más imperfectos hasta las caricias más cruel e insatisfactorias.
Te llamo, desde lo más inútil de las palabras, a lo que tus despreciables actos demuestran, porque al propio verdugo le llega su hora con el hacha de doble filo.
Recorre tejados entre neblinas intensas mientras agrieta una teja y desbaraja su propia voz en un grito desconsolado.
Anochece enmascarado, adormecido, fundido en el paisaje con la propia caída de luz de la ciudad.
En los torbellinos de sus tazas de café se deshacen terrones de azúcar, en sentido contrario a la marcha, a contra corriente de sus propios flujos y decisiones, desaparecen sus sueños y esperanzas, con la propia oscilación de su muñeca en agitar desesperada la cuchara
Cada noche, me debato cada madrugada sobre una vida; y aunque después de cada atardecer, de cada anochecer superado, se me premia con una madrugada, después de cada madrugada amanece, y me amenazan, con que vida solo hay una.