Dualidadz

Se desinfla el verano de la dualidad. Se vierten desechos para construir muros de infelicidad. Te proteges de tu punto ciego con fe.

Te revistes de hormigón y tiras abajo tus mentiras, pero cuando vuelves a por tu promesa de infelicidad eterna, encuentras aun más, algo aun peor.

Buscas desesperadamente una posibilidad, encuentras, con los ojos inyectados en sangre, con una mirada despiadada; una desilusión esperable, una materia prima insuficiente, algo que ya ni te llama ni te vale la pena.

Y entonces, lo comienzas a comprender. Es como algunos alimentos a la madurez del paladar. El entendimiento se produce de manera gradual.

Reminiscencia, vuelves al liderazgo indiscutible por el camino de la verdad. Pero ya no te aporta nada, ya no te suma de dos en dos. Vuelves a crear esa dependencia maligna, ahora advirtiéndolo con tiempo, pero por una vez, solo por una vez, no lo has deseado con sinceridad. Empiezas a ver a través de tus dos décadas que quedan muchas más, que la responsabilidad te abruma y te nuble el resplandor dorado de carromato de época.

Sigues bailando en una cuerda atada entre árboles, te balanceas y procuras tomar la decisión correcta, ¿cual de los árboles será mejor para estamparte esta vez? Decidas lo que decidas, acabarás chocando contra el contrario.

Tu suerte, en la calle. Traviesa, resbaladiza, como esa moneda brillante que persigues mientras pasa la vida; detrás de ti esta vez; te persigue para confundirte, pero estás más ocupado perdiéndola con otra tontería.

De niñerías insolentes y sonrisas de medio pelo, a falta de un diente es bueno un agujero negro. Tener ojeras en solo un ojo no es nada bueno, pero es época de ser pirata y andar patas arriba o sin patas.

Escalando la mierda giratoria de la Arare, sonriendo menos que nunca, pero más valioso. Que en la dualidad de las cosas se mantenga el perfecto equilibro entre criticar un poquito y entender y respetar un poquito más.

Hasta cogerle el gusto a calcular demasiado y ya no saber que decir, ni porqué lo estás diciendo. Hasta cogerle el gusto a degustar el martirio de oportunidades perdidas, para volverlas a perder y celebrarlas como triunfos.

Hasta nunca jamás, que me queda mucho por vivir. Esto es mi canto a la vida amarga que vivo, el mismo de siempre, al que ya le estoy cogiendo el gusto, como a la misma vida amarga a la que canto.

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