Sucesión

… Presentación …

En primer lugar, quería dirigirme a mi familia:

Deseo que la unión incondicional que nos caracteriza perdure. Deseo que nos volvamos a ver todas las navidades, y que también nos sirvan para recordar al Yayo.

En segundo lugar, quiero darles las gracias a mi madre y a mi hermana, por enseñarme a amar a mi abuelo con locura. Para mí, ha sido una de las personas más especiales que he conocido.

Ahora, quiero hablaros de mi abuelo y de algunas ideas que siempre le he relacionado.

Mi abuelo, de manera innata, tenía el súper poder de marcar a las personas. La sinceridad de sus actos desvelaba los imperfectos más profundos y las incoherencias más existencialistas de las personas que lo cruzaban. La sinceridad de sus actos calmaba las más arduas tormentas, y su bondad, incansable y emérita, saciaba dulcemente las almas más desdichadas.

Su suerte y su fortaleza, su media sonrisa etérea y su mirada grotesca. Su máscara y su doble cara. Como una moneda al aire, la vitalidad de sus acciones, la insensatez, despreocupación y felicidad de las mismas, diferían en sentencias crisoladas; desde los eventos más inefables, hasta las más dulces explosiones de dolor.

En su tremenda imperfección residía su potencia vital. En su paso ligero podía reflejarse su magnífico combate cotidiano. En su senda creciente, las grandes, fortuitas y premiadas victorias, como constante ascendente, como un gran capitán que va ganando adeptos, y, sin tener causa concreta, cuenta con un ejército de amantes errantes de sus proezas; de amigos incondicionales. Ya en el ocaso de su caminar, no soy capaz de ver una sola luz apagada, solo veo la más brillante, pura y sublime de las bellezas. Solo veo la linde espiritual de un gran guerrero.

Mi abuelo cierra los ojos, dejando paso a su legado innegable. Se termina el melifluo sonido de su época. Se siente tan efímero y bello como el paso de una estrella fugaz, pues todo el tiempo que hayamos pasado a su lado siempre me parecerá insuficiente.

Después de  madrugadas de epifanía, puedo asegurar que nos ha encomendado una misión. Aunque no todos los tiempos sean buenos, no todos los momentos maravillosos, no todas las situaciones bonitas.

Aun teniendo en cuenta la amargura de muchos periodos vitales, la soledad y la desolación de muchos de ellos, e incluso la desesperación que podemos sentir cuando las respuestas no llegan.

Él nos ha mostrado siempre el mismo camino. Siempre al frente de todos nosotros. Aunque solo viéramos su espalda, a veces casi dolorida por todas las cargas que debía soportar. Aunque no le viéramos la cara, porque él nunca miraba atrás, siempre sabíamos que estaba sonriendo.

Es imposible doblegar una voluntad inquebrantable. Sería una falta de respeto olvidar su legado, olvidar que su máximo deseo para todos nosotros es que afrontemos todas las cosas con una gran sonrisa.

Así se lo hizo saber a Luis, celebrando su gran hazaña con la V de victoria.

Ahora me quiero dirigir solo a ti, Yayo.

Yayo, contigo me sentía la persona más poderosa del mundo. Mi sola presencia bastaba para que te cuestionarás si valía la pena estar de mal humor. Un simple beso en la frente despertaba la más amplia de tus sonrisas, aquella que no había podido sonsacarte nadie durante días.      Yayo, siempre recordaré aquel día, hace ya tres años, en el que tu estabas ya pachucho, y nos miramos, sonreímos y lloramos juntos durante unos minutos, en completo silencio. Creo que ahí entendimos que algún día llegaría este momento, y también, que no queríamos que llegara nunca.

Por último, quiero dirigirme a la persona más fuerte de la familia. A una heroína de cuento que ha luchado más que nadie por todos nosotros, y a la que todos debemos la vida.

Yaya, en nombre de todos nosotros, muchas gracias por cuidarlo durante tantos años. Sabemos que ha sido gratificante, pero a la vez muy duro.

Creo, Yaya, que ya es hora de que te tomes un merecido descanso y te dejes cuidar por todos nosotros.

Gracias.

 

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