Es tan curiosa la vida. Realmente nunca pensé, ni en mis peores pesadillas, que todo acabaría así. Pues ni las flores más marchitas hacen arder tan fuerte las cosas.
Supongo que es demasiado riesgo dejar que un niño juegue con un arma cargada. Supongo que no es ni racional, dejó de serlo hace mucho tiempo.
La arremetida de sentimientos, brutal e inesperada, fue devastadora. Todas aquellas mentiras deformaron los más profundos pensamientos de su ser; todos aquellos puñales la empoderaron; la llenaron del más puro veneno, que podía verse reflejado en sus ojos cuando dejaba caer su barbilla suavemente y su mirada se enfocaba en un solo objetivo, mi cuello desprotegido.
Sentado, atado de pies y manos, con la cabeza ladeada hacia la derecha, la mandíbula dura y cuadrada y algo temblorosa, inclinada hacia lo indefenso. Ella, delante de mí, con su guadaña y su potencia, me hizo un corté tan profundo en lo más genuino de mi ser que me precipitó al abismo.
Desde entonces, sangro en negro. Desde entonces, cuando me daño, mi sangre sale espesa y coagulada, en chorros descompensados, con sentimientos agrietados que no saben como caer, que reaccionan mal al aire, pues se ven débiles y frágiles fuera de la capa de mi piel.
Quizás la oscuridad se ha apoderado más de mí, y de mis conducciones. Pero también, gracias a algunas personas importantes, puedo ver más allá de una sola batalla, puedo observar una guerra muy larga con una sutil pizca de optimismo, porque los personajes redondos siempre ganan o aprenden, o las dos cosas.