Auto Socorro, que no autoayuda

Las estrellas me miran cada noche, asombradas. No entienden que hago parado, mirándolas, todas las noches de madrugada.

Me siento afortunado, entre todas las luces que emite el mundo en nocturnidad visto desde el espacio, aun así pueden verme sonreír. De alguna forma que nunca he comprendido, yo siempre me he considerado un discípulo de todo aquello que me rodea, un enlace de ideas; algo que puede desaparecer en cualquier momento si cae en el olvido.

Lo que más me sorprende de su mirada directa es mi falta de dinamismo, mi falta de visión de 360 grados; mi absoluta falta de brillo en mucho momentos en los que me come la oscuridad.

Supongo que me brillan los ojos al verlas a ellas, porque los tengo de cristal. Supongo que mi lengua suscita curiosidad, por su vivacidad desmesurada. Supongo también, por seguir suponiendo, que adoro la ficción de sus curvas forzadas, acariciándome la cara y limpiándome lo que me oxida. Algo así como mi ángel de la guarda particular, que cuida de mí y sobre todo me inspira cuando mis pensamientos son demasiado tremendos.

Al final dependemos demasiado de nuestra imaginación, de nuestra fantasía, de nuestras propias ilusiones continuas y hermosas. Por eso, si me quedo mirándote fijamente, no mal pienses, probablemente te están creciendo flores en la cabeza y no te estás enterando.

 

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