Si yo fuera un ángel

Si yo fuera un ángel no sería de ningún sexo.

Si yo fuera un ángel no sería de ningún color.

Si yo fuera un ángel, no sería ni muy alto, ni muy bajo.

No sería ni muy gordo, ni muy flaco.

No tendría muchos órganos. Por mis venas fluiría magia y no sangre.

Sería inmortal y no tendría sentimientos. Porque si no pudiera morir y tuviera sentimientos no soportaría que me castigaran a la angustia perpetua.

Si yo fuera ángel tendría cuatro cadenas rotas, de haber sido liberado.

Tendría dos grandes alas de ser verdaderamente libre.

No tendría pupilas, pero si ojos, nariz y boca, oídos.  Para verlo todo, para no oír ni oler nada, para no comer.

Si yo fuera ángel sería inmarcesible.

Estaría envuelto de mil flores bonitas, estaría envuelto de mil flores adultas, y estaría envuelto de mil flores marchitas.

Si yo fuera ángel no sería efímero.

Los ángeles atienden a una gravedad moral. Suben por sus méritos, y caen y fallecen, no por sus deméritos, sino por su voluntad y por su deseo inalcanzable de morir.

Porque nadie que conozca la eternidad quiere vivir eternamente.

Porque vivir es el antónimo de morir, y si nunca mueres, nunca vives.

Ser un ángel es algo tan inefable que solo lo merecen personas como yo, pues la muerte es un castigo severo, pero una liberación dulce.

Pues ascender por deméritos al estatus de ángel es meliflua y devastadora armonía del bien; el bien por siempre.

Pues lo único que teme el demonio, el siervo último y heredero del caos, es a Dios, pues es el único ser infinitamente más cruel que él.

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