Mi cielo

Dulce princesa de caramelo. Anhelar lo eterno es vivir en una perpetua amargura, es aceptar la maldición del héroe errante.

Como el viento suave, como las hojas marchitas, como un sombrero liviano; el héroe épico desenfunda su mandoble, mientras este se deja querer por el brillo de un Sol radiante, que actúa como presagio irónico, el predecesor gustoso de una sangrienta oscuridad que se abre paso como una toxina gaseosa.

Nuestro protagonista estalla, y ya solo comparte con el Sol el rojo de sus rayos, el rojo de la sangre, el rojo de la ira que comparten, un rojo enegrecido que suplica la llegada de la muerte, con su innegable guadaña.

Pactar con el diablo nunca estará bien considerado, pero, ¿aun estando el diablo tan arriba? Pues este ahora es dueño del cielo también, el legado que le ha regalado el héroe a cambio de esa fuerza que no otorga ningún Dios.

La única fuerza que puede penetrar las defensas enemigas. El gran despliegue, una enorme corporación armada y dispuesta a cualquier cosa, y la inmensidad del Rey de los Dragones.

El héroe ha caído una vez más en la trampa del diablo, pues cualquier enemigo que se le presente a la humanidad habrá sido creado por este.

El diablo anhela el cielo y lo ha conseguido, porque el diablo y su sabiduría pueden conseguir todo lo que se propongan, puesto que el mal siempre triunfa.

No obstante, el héroe advierte la treta, y sabe que algún día, algún noche desesperada, encontrará esa fuerza que antaño le concedió el apodo de héroe.

El héroe sabe que puede ganar, pues el cielo solo es un capricho del diablo. Solo queda vencer al Sol, que de tantas vueltas, de tanto tiempo persiguiendo a la luna; ha perdido su razón de ser: iluminar al mundo.

El Sol, el primer discípulo de Dios, ha encloquecido persiguiendo su tierra prometida, el amor que le complementa, pero que nunca le completará. El Sol hace tiempo que duda, y Dios no estuvo allí con él cuando lo necesitaba.

El Sol nunca pudo reconducir su rumbo, y se dedicó a venderse al mejor postor. Ayudó al diablo a conseguir el cielo, ayudó al héroe a derrotar a sus enemigos, atacó a los humanos por haber matado a Dios.

Fue ahí cuando todos los entes superpoderosos comenzaron a entender que el salvador de la humanidad era el héroe, y que el héroe era un humano cualquiera.

Fue ahí cuando la humanidad dejó de necesitar a Dios, dejó de necesitar al diablo, dejó de necesitar que el Sol y la luna pudieran razonar.

En un futuro no tan lejano, el mismo humano dejó de necesitar razonar porque ya lo entendía todo. Entró en una profunda crisis y volvieron a aflorar los sentimientos, los buenos y los malos.

Fue ahí cuando la humanidad volvió a necesitar un Dios y un demonio, fue ahí cuando se reinició el ciclo interminable de la vida.

Entonces me di cuenta de que nunca existió ningún héroe errante.

Entonces supe que la humanidad es su propio héroe, que la humanidad es su propia pesadilla.

Y entonces eso significaba que cada individuo es su propio salvador, y su propio verdugo.

Y aunque todo pueda llegar a ser tan lógico y tan simple de comprender, siempre me preguntaré: ¿por qué sigo anhelado el color chocolate de sus ojos, la simplicidad de su sonrisa? ¿Por qué sigo esperándote, dulce princesa de caramelo?

 

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