Historia de mi madre

Después de mucho tiempo dedicándose a ser ama de casa, mi madre decidió huir de esa rutina asfixiante cuando, a raíz de una amiga, se le presentó la ocasión de trabajar de agente inmobiliaria. Este era un trabajo a su medida, por la similitud en el tipo de habilidades sociales de mi madre y la que demanda esta profesión.

Creo que desde el principio adoptó un actitud bastante conveniente cuando se empiezan proyectos; optimista, paciente y perseverante. Desde aquel momento me convertí otra vez en su fan número uno, no es que alguna vez hubiera dejado de serlo pero, ya sabéis, los años de adolescencia minan mucho las relaciones y yo he sido de los que he tenido una adolescencia especialmente difícil.

Partiendo de ese punto de vista subjetivo de admiración absoluta, que solía contrastar con la aplastante realidad negativista que le añado inintencionadamente a todos los pensamientos acerca de otros que pasan por mi cabeza, inicié una observación de aquella nueva carrera de vida de mi madre.

Sorpresivamente mi madre se estaba volviendo a encontrar, antes de iniciar oficialmente su camino, con todos aquellos obstáculos familiares que se le iban a presentar de manera indudable (el inicio del párrafo contiene altos niveles de ironía). Lo que realmente si me sorprendió fue que ella, pese a todos esos obstáculos que siempre había predecido tener y que siempre habían podido frenarla, no se derrumbó y esta vez si tenía ese fuego en la mirada que hacía muchos años que no veía en mi heroína.

Una mirada a la que le quiero dedicar una breve descripción, por lo curioso de mi percepción respecto a esta; una mirada que había recuperado ese brillo, ese fuego; pero que ahora estaba rodeada de algunas arrugas irresistibles, una piel más rasgada y un enfoque más desviado, más bajo de lo normal, como cuando en vez de mirar al frente miras al suelo. Sin embargo, lo que despertó mi curiosidad y no entendía porque, fue que aquella mirada me parecía sustancialmente más bella. Quizás era la mitificación de ese tipo de miradas que te recuerdan una lucha incansable; quizás era fruto de mi admiración inegable e inevitable desde que nací, porque obviamente se trataba del pilar de mi vida; o quizás se trataba de que tan pintoresco cuadro escapaba de lejos a mi comprensión juvenil de las cosas. Creo que era lo magníficamente sublime de esa mirada lo que no se debía ni podía ignorar de ninguna manera, valga la redundancia.

Superado, ahora sí, el combo de trabas inicial, le quedaba un camino por recorrer en el que su duración era proporcional a su convencimiento. Aunque yo si creyera que ella podría conseguirlo, lo único que importaba es que creyera ella.

Fue consiguiendo objetivos y cumpliendo con todo lo que se había propuesto, con todo lo planificado y marcado, y cuando llegó la culminación de un inicio envidiable, aparecieron otra vez todas aquellas cosas que solemos atribuirla a la vida. Todos aquellos cúmulos de imprevistos que suelen ser causados por la mala suerte, por el destino, por lo dura y trágica que es la vida. Cuando ves el final de un objetivo y a medida que pasan los días, lejos de acercarte, van cambiando cosas que te alejan o te complican, a todo aquello buscamos respuestas que nos eximan, que hagan irremediables los problemas y hemos avanzado tanto en estos siglos que de hablar de lo que Dios quiere o no quiere, hablamos como sociedad individualista que somos, de lo que el destino guarda para nosotros, de la vida y su dureza y nos desinhibimos así de toda culpa o responsabilidad.

Yo hace tiempo que le he encontrada una respuesta a todo esto. Es tan simple como el continuo atropello de decisiones entre individuos relacionados, directamente o a causa de una tercera persona. Me explico; mi madre tenía un cliente dispuesto a comprar un piso de todas todas, sin embargo nunca debemos fiarnos de tanta voluntad y tanto convencimiento, porque esa mezcla alberga precipitación, y la precipitación alberga arrepentimiento instantáneo, dudas y confusiones. Quizás aquel pequeño diablillo con algunos ahorros y ganas de comprarse un inmueble lo tenía muy claro, pero su decisión se vio afectada varias veces y de muchos golpes casi mortales, por las decisiones y coacciones de sus cercanos. El quería un inmueble vacacional y se había enamorado de un apartamento muy bien situado en una zona cercana al mar, pero su mujer no estaba de acuerdo con la compra, su mejor amigo también se iba a comprar un inmueble vacacional pero en la montaña, porque decía que es el futuro del turismo (tarados hay en todos lados), su madre, ya mayor, quería pasar el verano con ellos aunque no lo había dicho explícitamente y por tanto iba dejando caer la idea de que el piso que iba a comprar era demasiado pequeño (con razón, si ella no cabía), que todos pensábamos que ese iba a ser un espacio inútil puesto que a la madre, con todos mis respetos, le quedaba poca vida y por mucho que queramos a las madres, nadie deja de lado su sueño (o su capricho, quién sabe) por dos años más con la persona con la que has pasado casi toda tu vida (o hay gente que si que debe de hacerlo, quién sabe también…).

El caso es que aquel pequeño diablillo atormentado, traía loca a mi madre con sus pretensiones descabelladas y sus decisiones irracionales plagadas de presión por parte de todos los cercanos, que estaban impidiéndole cumplir su sueño, y de paso uno de los primeros pasos del sueño de mi madre.

Y es que nos hemos convertido en una sociedad, en la que cuando alguien pretende firmemente efectuar un cambio que le de valor a su vida, todos queremos sacar tajada, (también deberéis entender que mi perspectiva es parcial y que al final es su familia la que pretendía tomar la decisión conjuntamente). De todas formas, aquella familia indeseable se había topado con una de las mejores habladoras del siglo XXI. No sabía de las capacidades de mi madre casi parecidas a las de un rapero; que era capaz de dar la chapa más de 2 horas seguidas sin que pudieras ni abrir la boca para rebatirle cualquier cosa (quizás por ese he salido tan redicho), y que al final siempre convencía, unas veces por argumentos, otras por aburrimiento y algunas muy extremas por tortura extrema para los oídos (algunos clientes habían sangrado por las orejas después de horas con ella).

No me extiendo más en fanfarronadas y exageraciones y os cuento la decisión de aquel diablillo. Finalmente, decidió comprar el piso de sus sueños, contracorriente y contra todo el mundo; lo estuvo alquilando durante dos o tres veranos para ganarse un dinero y llevar de vacaciones a su familia a otro apartamento alquilado donde cupiera su madre, hasta que esta falleció, eso sí, falleció feliz. Luego de eso el pequeño diablillo por fin cumplió su voluntad, desde el principio inamovible por ninguno de su cercanos.

Creo que la moraleja de todo esto, aunque de moral tiene poca, es que vivimos en una sociedad individualista en la que solo cuentan nuestras propias opiniones, y estas son defendidas o atacadas por otros en función de los sus propios intereses. Por otro lado, también decir que si atacas mucho algo, por la simple capacidad humana de llevar la contraria en cualquier situación y defender lo que creemos como nuestro por encima de todo (no entiendo porque esto está tan bien visto cuando es un acto de puro egoísmo). Al final, ante tanto ataque solo necesitamos una sutil defensa de nuestras pretensiones, una mano amiga que veamos mucho menos agresiva y desinteresada que no las opiniones y ataques de nuestros cercanos, solo necesitamos que nos digan lo que queremos oír para justificar que nos hacemos trampas al solitario y ser falsamente felices, pero felices.

Por cierto, el alquiler también lo gestionó mi madre, que salió doblemente ganadora.

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