Eres un mal pensado

Mañana despejada delante de la frutería, aunque solo bajaba para comprar el periódico y quizás después el pan, pasaba por delante de la frutería.

La carga cognitiva que suponía la escena era de apariencia simple; una situación cotidiana tan desdibujada que hasta hacía pesado el cruce de dos palabras, solo por ser las mimas dos palabras de siempre y aun así ser necesarias.

Era raro, todo raro. La misma cotidianidad de nunca sospechar y el hecho que no sospechar fuera lo habitual lo llevaban a abstraerse completamente de una evidencia tan básica como su falta de olfato.

Los demás comentábamos la jugada en la cola, esperando al día en que por fin pasara algo. Pero él nunca se percató de aquello tan grotesco que sucedía, siempre, frente a sus ojos.

Quizás porque nunca fue un modelo a seguir, es decir, quien va tanto a la frutería.

Sin embargo, aquella dependienta joven y coqueta se lo desayunaba con los ojos tres días a la semana, mientras nosotros, mis hermanos, la vecina de arriba y yo, nos deshacíamos porque satisficiera nuestras expectativas. De hecho, eran mañanas muy divertidas en las que anticipábamos finales de lo más variopintos, que solo coincidían en devenir también un principio.

Era alucinante como aquella desatada dependienta le embolsaba y cobraba a Pablo los plátanos que este compraba los lunes, miércoles y viernes.

Aun impresionaba más la desvirtuada, desvergonzada e irresponsable forma con la que Pablo conducía la situación , demostrando lo idiotas que pueden llegar a ser los idiotas.

Nosotros, en segundo plano, calentábamos el ambiente entre risas y murmullos, con una desfachatez vacilante, que sonrojó a la dependienta las primeras semanas, pero que ahora solo provocaba que nos devolviera sonrisas cómplices cada vez más cargadas de desesperación.

Una de esos días, que iban pasando sin cesar, noté algo diferente, y sin querer precipitarme pero si muy interesado, decidí hablar con mi hermano mayor al volver de la frutería.

Le dije a mi hermano:

– Hermano ¿tú no has notado hoy algo diferente entre Pablo y la dependienta? ¿No parecía que el manojo de plátanos fuera menos amarillo? – interrogué cada vez más atraído por el tema.

A lo que mi hermana respondió que Pablo nunca compraba plátanos, que los plátanos no eran ni rojos ni verdes sino amarillos y que Pablo siempre compraba manzanas, peras y melocotones. También se sorprendió cuando le hablé de las supuestas intenciones de la dependienta, diciéndome que probablemente solo se tratara de una mala interpretación por mi parte.

Confuso le pregunté:

– Y entonces, ¿de qué hablamos cada día con la vecina de arriba?

Contestó contundente que simplemente comentábamos meras trivialidades y sentenció diciendo:

– Eres un mal pensado.

A mi sinceramente me da igual. Yo estoy seguro que Pablo compra plátanos.

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