La loca de Catalina

Hubo un día en el que saciar a la bestia que residía en lo profundo de la cueva celeste resultó condenadamente difícil. No se atribuyó al extraño ambiente de insatisfacción que se respiraba en el pueblo aquel día, ni a la brisa suave que corría por la calle central. Obviamente solo una persona tan observadora como yo sería capaz de apreciar estos dichosos detalles que diferenciaban ese día del resto.

Yo me encontraba en mi casa, en la habitación del ordenador. Esta habitación tiene un amplio ventanal que coincide con una de las esquinas de la calle principal con otra calle menor que cruza en perpendicular. En el bajo, a pie de calle, los viandantes me observan a diario, con mi café y curioseando en mi ordenador; a veces les devuelvo la mirada, a veces nos miramos a la vez. Son acciones siniestras, me inquietan.

De hecho creo que me estoy yendo por las ramas. En fin, a eso de las 10:20, como todos los días, la ayudante del científico loco Josef Persen, la gentil Catalina, bajaba la calle principal desde el estudio de Persen hasta la cueva celeste. La cueva celeste, situada en la zona rocosa de la playa, encerraba a un monstruo indescriptible, feroz y peligroso, que atemorizaba al pueblo y a la vez lo salvaguardaba de ataques navales. Se decía que la guerra de los mares del este estaba en un momento ferviente, aunque eso se decía desde que tengo uso de razón, y mi memoria no guarda recuerdo de un solo misil.

Algunos me llamaban maníaco obsesivo, tipo raro o una infinidad de cosas más. Yo prefiero definirme como alguien al margen del resto. El hecho es que este estatus quo me permitía pasar desapercibido en casi cualquier situación. Y mis observaciones concluían en que lo de la guerra solo eran paparruchas del gobierno para obligar a un pueblo perdido como el nuestro a guardar al monstruo. Se ve que en la ciudad siempre habían mantenido posturas algo reacias en lo que se refiere al tema del monstruo; siempre me parecieron unos estirados.

Dejando atrás todo esto, esa muchacha, Catalina, siempre me pareció algo extraña. Digo, para ser la única que mantenía un contacto frecuente y constante con el monstruo y seguir en sus cabales algo debía de esconder, un as en la manga. Estaba completamente seguro. En fin que a la loca de Catalina aquel día se le olvidó poner los 16 peces diarios que comía el monstruo; se ve que últimamente se pescaba menos y aquel día llegó un poco tarde a la lonja y solo puedo comprar 15. Además de eso, Persen, que estaba como una regadera, decidió comprarse un gato para que le hiciera compañía; como si no tuviese suficiente con la pobre Catalina. A todo esto, el travieso y gordo gato marrón se comió otro de los pescados.

La historia no acabó demasiado bien, Catalina se presentó con 14 peces. Y el monstruo, que siguió su lógica de monstruo, se comió a Catalina porque se quedó con hambre.

2 respostes a «La loca de Catalina»

Deixa un comentari

Aquest lloc utilitza Akismet per reduir els comentaris brossa. Apreneu com es processen les dades dels comentaris.